Reseña de Alias Grace de Margaret Atwood.
Editorial Salamandra, 2017.
Alias Grace narra la historia de uno de los personajes más célebres del Canadá decimonónico, Grace Marks, quien fue condenada a cadena perpetua por su participación en el asesinato del señor para
quien trabajaba como sirvienta y de su ama de llaves. La precocidad de Grace, que contaba con sólo dieciséis años, y la crueldad de los crímenes, consiguieron que la historia de estos hechos
apareciera en múltiples relatos periodísticos y novelescos de la época. En esta novela, Margaret Atwood retoma los acontecimientos desde la infancia de Grace para realizar un ajuste de cuentas
con la sociedad de la época, elaborando un relato que huye deliberadamente del maniqueísmo y la simplificación.
Una de las virtudes de esta novela es que mantiene una tensión hipnótica basada en elementos en apariencia sencillos, con la propia prosa en la que se relata de manera lineal la miserable vida de
la protagonista. Sin embargo, lo primero que resulta fascinante en el libro de Atwood es la delicadeza con la que se va llamando la atención sobre lo puramente sensorial hasta conseguir adquirir
un marcado simbolismo. En este sentido, el juego simbólico más claro es el de los colores. Así, por ejemplo, el rojo oscuro de las peonías, que aparecen al inicio del relato, va repitiéndose de
manera rítmica, conformando una especie de ritual y superponiéndose siempre al blanco de la ropa interior. Un blanco conseguido por las sirvientas de manera obsesiva a fuerza de sumergir las
telas en agua helada, en productos químicos, frotando mecánicamente y persiguiendo las horas de sol para borrar las manchas de mierda y sangre.
En la novela, los camisones ondean en la oscuridad de las frías noches y la sangre aflora lenta e inexorablemente como en los clásicos góticos. Los espíritus de los muertos acompañan o persiguen
a los vivos en pleno auge de médiums y contactos con el más allá. Constantemente, lo más alto y lo más bajo acaban enmarañados: salmos religiosos, delicados encajes, enfermedad y miseria. Pero,
en contraste, la delicadeza con la que Atwood nos ofrece objetos tan sencillos como las manzanas, la cerveza, el sudor sobre la carne o los rayos de sol, convierten cada párrafo en una evocación
no sólo de la vista sino del tacto, los olores y sabores de una cotidianidad pausada siempre a punto de quebrarse de manera trágica.
Después de polémicas bastante simplistas, no importa si Atwood es o no una “buena feminista”, porque Alias Grace sí que es una novela que muestra el lado más sombrío y angustioso de esa vida
miserable que tenían las mujeres absolutamente desposeídas. Me cuesta creer que un hombre fuese capaz de rescatar con tanta minuciosidad esa miseria social y cultural, esa rutina de sometimiento
y humillación en la que se encontraban las mujeres. Podemos ver cómo los pequeños gestos sobre los que se sostenía el abuso y la dificultad para comprender aquello de lo que se es víctima moldean
el comportamiento de Grace hasta crear una compacta coraza. Aunque, visto a grandes rasgos, el relato de las vicisitudes de esta cómplice de asesinato es digno de un festín dickensiano: padre
alcohólico y brutal, madre abnegada y sometida, hermanos hambrientos, casas inhabitables, enfermedad, pobreza y la aceptación de los trabajos más humillantes para huir de la caída en la deshonra
y la prostitución. El libro nos deja claro desde el inicio que la vida de esas mujeres no valía nada. Pasaban por la existencia sin dejar rastro, calladas y sumisas, manteniendo con su labor
diaria la vida de las familias pudientes a las que debían obediencia y discreción.